Ástor García en Contrainformación | 14 de mayo, 2020
Las recientes imágenes de protestas en el barrio de Salamanca de Madrid son buen ejemplo de cómo la lucha de clases se agudiza en un contexto en que la mayoría obrera y popular está enfrentando gravísimos ataques.
Estas movilizaciones no son espontáneas, hay todo un acumulado de intoxicación y desinformación previo muy efectivo. Sirven como ejemplo de lo bien que funcionan las tácticas comunicativas de varias organizaciones políticas del campo conservador, liberal o ultraliberal que, lógicamente, necesitan un caldo de cultivo previo para desarrollarse y crecer. Estos nuevos “indignados” se caracterizan básicamente por acusar al actual Gobierno capitalista de ser “social-comunista” y son capaces de reivindicar, en cuanto se les da pie, el mucho bien que trajo a España la dictadura franquista.
Su reacción pauloviana frente a todo lo que identifican como “progre” forma parte de una estrategia bien definida de acoso y derribo que ya se mostró efectiva, aunque en condiciones diferentes, frente a Zapatero: se muestra a la socialdemocracia como inútil para acto seguido presentarse como salvadores de la patria.
Por supuesto, no es en estas líneas donde se va a defender a la socialdemocracia, pero la táctica es esa, se ha demostrado eficaz en el pasado y se está poniendo en práctica de nuevo, actualizada a las nuevas condiciones derivadas de la crisis sanitaria y su gestión.
La coincidencia de los ciclos económicos en España con los mandatos de unos y otros gobiernos de gestión capitalista ofrece interesantes herramientas para esa campaña de ataque a la socialdemocracia desde posiciones liberales y conservadoras. Pero, por supuesto, no mencionan que las medidas adoptadas por unos y otros atienden a las necesidades del capital en diversos momentos del desarrollo del ciclo. Olvidan que, para salvaguardar los intereses básicos de los capitalistas, en unos momentos es más recomendable una gestión socialdemócrata y en otros momentos es más recomendable una gestión liberal. Pero todo ello sin que se altere el objetivo fundamental: salvaguardar los intereses capitalistas.
Porque lo cierto es que la situación que afronta el capitalismo es terrible, tanto en España como en el mundo. Se ve con mucha claridad que las dos principales propuestas de gestión capitalista son realmente incapaces de lidiar ese toro y de satisfacer las ilusiones que sus aparatos de propaganda insuflan constantemente a la población. Se comprueba a diario que el crecimiento económico ininterrumpido y el bienestar general de la población no son más que mitos con los que se juega para garantizar la adhesión ideológica de los más amplios sectores de la población al que presentan como único sistema posible.
El barco del capitalismo hace aguas por todas partes y, como ocurrió en el Titanic, los que viajan en primera clase creen que los botes salvavidas son para ellos nada más. No quieren hacer depender su supervivencia de la de sus criados, porque, total, los criados son intercambiables y fácilmente renovables. ¿Para qué gastar tiempo y dinero en salvar a los muertos de hambre?
Siguiendo con el símil, la socialdemocracia actúa como una tripulación bienintencionada que grita que hay que “salvar a todos”, pero sin alterar el hecho de que los de primera clase tienen más facilidades para llegar a los botes salvavidas. No obstante, a los privilegiados les irrita enormemente esa insistencia en que esperen a que al menos se salven algunos pobres, por aquello de la humanidad y la caridad cristiana.
Por descontado, a nadie se le ocurre, ni entre la tripulación ni, mucho menos, entre el pasaje de primera clase, desalojar los botes para esperar a los de tercera: el barco es suyo, los botes son suyos, la tripulación es suya y se hace lo que ellos digan. Lo grave, realmente, es que parte del pasaje de tercera clase les da la razón porque piensan que su vida depende de la buena voluntad de los amos.
Es un hecho que, cuando los privilegiados se movilizan, esto tiene eco en sectores de la mayoría obrera y popular. Se ha insistido tanto en que la vida de los trabajadores depende del destino de sus explotadores que nunca faltarán cipayos, más aún cuando quienes dicen defender a los trabajadores demuestran en la práctica que no conciben ninguna otra alternativa mientras siembran ilusiones que saben que no van a poder cumplir.
La revuelta de los cayetanos expresa a las claras que los privilegiados quieren avanzar mucho y muy rápido en la salvaguardia de sus intereses. Ellos sí saben perfectamente que no es posible “salvar a todos” y defienden lo suyo mientras siguen reclutando cipayos. En la crisis de 2008 experimentaron terror por su propia supervivencia y han tomado buena nota. Quieren salir de esta crisis a costa de cualquiera y lo dicen mucho más abiertamente que antes, hacen mucho más ruido que entonces.
Frente a esto la solución no pasa por insistir en la cantinela interclasista. No pasa por intentar convencerles con buenas palabras de que hagan hueco en sus botes. Son o sus intereses o los nuestros. Es una disyuntiva real ante la que hay que posicionarse y ante la que ya no caben soluciones fantásticas. Ellos o nosotros. Por ahora van ganando ellos.
Leer el artículo en Contrainformación.