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Declaración del Buró Político del PCTE ante el Primero de Mayo

La guerra comercial entre potencias

La guerra de los aranceles desatada por el Gobierno estadounidense ha hecho temblar los lineamentos del mercado capitalista mundial. El caos financiero, el ajetreo diplomático, el rápido encuadramiento de los diversos actores sociales en torno al “interés nacional” y la correspondiente puesta en marcha de la maquinaria propagandística evidencian que el capitalismo internacional ha entrado en una nueva fase que implica enormes riesgos para la vida de los trabajadores y trabajadoras de todo el mundo.

Si por algo se caracterizan nuestros tiempos es por el altísimo nivel de internacionalización del capital, es decir, por el entrelazamiento económico de los distintos países a través de los tentáculos de la interdependencia económica desigual. Esto implica que, aunque en los titulares de los grandes medios figuren esencialmente las declaraciones y artimañas políticas de los lideres del puñado de potencias que se colocan en la parte avanzada de la cadena, la volatilidad en la que ha entrado el capitalismo internacional amenaza inevitablemente a la clase obrera y a los pueblos de todo el mundo. Las chispas pueden prender en cualquier lugar y cualquiera de esas chispas puede derivar en incendio generalizado.

El capitalismo es, además, un sistema condenado a sufrir crisis cíclicas inevitables, bien lo sabemos los trabajadores y trabajadoras que pagamos sus consecuencias con nuestras condiciones de vida y trabajo.  Es precisamente el acumulado de las crisis de las últimas décadas lo que ha provocado este aparente reordenamiento en el que, siempre en busca del mayor beneficio de los capitalistas propios, las viejas alianzas se resquebrajan y surgen nuevos entendimientos.

En el caso particular de la potencia que ha provocado este nuevo escenario, los Estados Unidos, las tendencias proteccionistas del primer mandato de Trump, lejos de paralizarse o ralentizarse, se consolidaron durante la administración Biden. La primera potencia mundial ha ido presenciando en los últimos años cómo perdía terreno en determinadas áreas de influencia y sectores económicos frente a algunos de sus competidores, muy particularmente frente a su competidor más directo: China.

La guerra comercial que presenciamos no responde a perfiles psicológicos de figuras particulares ni es un golpe de timón en las tendencias que ya venían madurando en las relaciones internacionales; sin embargo, el histrionismo y la beligerancia con la que ha estrenado Donald Trump su segundo mandato no es tampoco mera teatralidad, es reflejo de una intensificación y agudización de las contradicciones capitalistas. Que la forma responde al contenido se hace evidente en la foto que dejó su toma de posesión con todos los magnates multimillonarios de los grandes monopolios tecnológicos arropando juntos al nuevo presidente.

El verdadero sentido del trumpismo, en conexión con una tendencia reaccionaria a nivel internacional, no es otro que la necesidad de los monopolios de la primera potencia mundial de liberarse de determinados obstáculos y encontrar por la vía política determinadas facilidades para maximizar sus beneficios. En este marco, el desarrollo científico-técnico abre nuevas e intensas pugnas entre países y monopolios, en tanto que genera nuevas necesidades, nuevas materias primas y nuevos mercados por los que competir.

La vieja Europa: más cañones y menos mantequilla

Una de las características de la fase imperialista del capitalismo es que la internacionalización de la economía lleva la competencia entre las grandes empresas a un plano global. La necesidad inherente al capitalismo de una búsqueda permanente de aumento de los beneficios ocasiona pugnas recurrentes por el control de los mercados, los recursos naturales y las rutas de transporte de energía y mercancías. Frente a un mundo ya repartido, solo caben nuevos repartos en base a la fuerza de cada cual. Cuando la situación económica exige con urgencia nuevas fuentes y mayores tasas de ganancia, estallan inevitablemente los conflictos.

La guerra comercial no es más que una forma más de la pugna interimperialista (pugna entre potencias), pero es una forma que preludia históricamente el conflicto por vía militar. No es de extrañar, por tanto, que la Unión Europea apueste ya definitiva y abiertamente por el camino del rearme. Todos se preparan para la guerra.

De nuevo, no es esta una impulsiva reacción ante el conflicto arancelario. Ya en septiembre el Informe Draghi alertaba con meridiana claridad cuáles debían ser las palabras de orden si la Unión Europea no quería sufrir una “lenta agonía” dado el declive competitivo frente a los EEUU y China: fortalecer el mercado único, aumentar la productividad y fomentar la reindustrialización. La perspectiva del aumento de la productividad y la reindustrialización, que en las estrategias de la UE pasaba ya por los planes de digitalización, el aumento de la flexibilidad laboral y la transición “ecológica”, se mantiene en lo fundamental, aunque ahora, ante el resquebrajamiento de la alianza euroatlántica, cambia levemente el orden de prioridades, es decir, de destino prioritario de los recursos y la inversión.

El Plan ReArmar Europa es un ambicioso paquete de medidas destinadas a dotar de recursos financieros a los Estados miembros de la UE para aumentar sus capacidades de defensa. En palabras de Úrsula von der Leyen: “La era de los dividendos de la paz ha terminado”. Europa vuelve así a la senda de los cañones, una senda que ha dejado un largo reguero histórico de sangre. Nadie puede dudar que los millones de euros para financiar el rearme también traerán consigo de nuevo la negra sombra de la austeridad, es decir, de la justificación del empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora y los sectores populares en favor del negocio de la guerra. Los enormes esfuerzos propagandísticos de las últimas semanas para tratar de convencer a la población de que el aumento del gasto militar no tendrá implicación alguna en los salarios indirectos (pensiones, educación, sanidad, etc) es síntoma de que el capital enfoca como principal reto el doblegar la opinión pública en favor de la guerra.

La santa alianza en torno al capital

El Gobierno socialdemócrata español ha mostrado su apoyo decidido y sin fisuras a los planes bélicos de la UE, anunciando en sede parlamentaria un “gran plan nacional” destinado a tecnología, seguridad y defensa. El Gobierno, que ha aumentado el gasto militar en más de 10.000 millones en los últimos cinco años, sitúa ahora el objetivo en llegar hasta el 2%, todo ello sin aprobar nuevos presupuestos y a base de acuerdos en la intimidad y oscuridad del Consejo de Ministros.

Tampoco ha tardado en anunciar millones de euros de financiación pública para los monopolios españoles afectados por la política arancelaria estadounidense. De nuevo, una masiva transferencia de rentas públicas, rentas que nacen mayoritariamente de la clase trabajadora, que va directamente a manos privadas. Así como la activación del mecanismo RED, un mecanismo contemplado en la reforma laboral de 2021 que permite a las empresas suspender o reducir las jornadas de sus trabajadores recibiendo una exoneración de hasta el 60% en las cuotas de la seguridad social. Bajo la aparente consigna de “defensa del empleo”, el Gobierno apuesta por financiar directamente con recursos públicos una mayor movilidad de la fuerza de trabajo según las necesidades patronales.

En declaraciones a la prensa, el propio Sánchez hablaba de la necesaria “unidad nacional” para enfrentar la crisis y defender los intereses de España y de Europa. Esta sacrosanta unidad nacional no es más que la exigencia de disciplinamiento tras los intereses del capital español y sus principales aliados en el proceso de rearme bélico, financiación y facilitación de la explotación. Pocas dudas puede haber de que los principales partidos políticos, representantes de distintos sectores de la burguesía española, se dan y se darán la mano, aunque a veces sea solo bajo la mesa, en esta estrategia. Las presiones y negociaciones responden en su mayoría solo a intereses de partido en la lucha electoral o de enfoque en la gestión, pero no a una sustancial diferencia programática. El PP y el PSOE, como los dos partidos políticos con posibilidad real de ponerse al frente del Estado, son la máxima expresión del consenso capitalista en torno a la ofensiva puesta en marcha.

Este crudo escenario para la clase obrera y los sectores populares pudiera hacer pensar que ha generado una firme oposición por parte de quienes dicen ser sus representantes, desde Sumar hasta las principales centrales sindicales, CCOO y UGT. Lejos de esto, las cúpulas sindicales acudían raudas y veloces a la llamada a la unidad del presidente Sánchez, celebrando la flexibilidad laboral y la transferencia de millones a las patronales afectadas. Satisfechos con el esfuerzo retórico del Gobierno, que en vez de rearme prefiere hablar de “seguridad”, no parecen necesitar mucho más para poner a disposición de las políticas de guerra y austeridad su ascendencia sobre la clase trabajadora, para garantizar al Estado, solo a costa de tener asegurado un asiento cómodo y recurrente en mesas de negociación y diálogo, la conservación de la paz social interna para desarrollar con mayor tranquilidad la guerra externa.

Por su parte, Sumar, en su completa subordinación al “hermano mayor”, va perdiendo cualquier atisbo de “perfil propio”, convirtiéndose en una mera comparsa cuya función se limita a servir en bandeja paños calientes a las políticas del gobierno. Ha desparecido del horizonte político de la socialdemocracia a la izquierda del PSOE todo atisbo de ruptura, toda posibilidad de separar caminos con el PSOE. Da igual cómo de evidentes sean ya las políticas reaccionarias del Gobierno, ellos están parapetados en sus cinco ministerios en espera de que las futuras elecciones dicten su sentencia como proyecto político.

En esa espera vive también Podemos, que emerge en este contexto disfrutando de su “libertad de movimiento”. La impostada radicalidad de la formación morada pretende hacer olvidar a la opinión pública que, estando ellos en el Gobierno, cumplieron el mismo papel sumiso que hoy representa Sumar; que cuando concurrían juntos como Unidas Podemos participaron de esa dinámica oscurantista que consiste en oponerse públicamente al aumento de gasto militar, pero transigir en lo privado a través de sucesivas modificaciones presupuestarias que ya alcanzaron cifras récord.

Tendencia a la reacción en todos los sentidos

Mientras en Ucrania continúa una sangría cuyo devenir está sujeto a los tejemanejes diplomáticos de las distintas potencias y bloques, mientras Gaza se ha convertido en un extenso campo de muerte con cuya reconstrucción se relamen los monopolios de distintos países, todos los actores parecen tomar posición mientras se acumula el material explosivo. La comparativa con la Primera Guerra Mundial se convierte en una profecía cuya realización está inscrita en las leyes inherentes del capital.

La agudización de las contradicciones interimperialistas, el conflicto creciente entre las potencias capitalistas, lo pagaremos los trabajadores y trabajadoras de todo el mundo con nuestros bolsillos, con nuestro trabajo y con nuestras vidas. En sus guerras de rapiña no seremos más que carne de cañón, meras cifras de muertes intercambiadas, según las normas del comercio en la época imperialista, por cifras de beneficios en sus cuentas bancarias.

Frente a la creciente competencia capitalista en el plano internacional, se agrava además la tendencia al reforzamiento de los distintos Estados, que requieren no solo armarse hasta los dientes, sino cohesión nacional para lanzarse con mejores condiciones sobre sus competidores. Esto implica a lo interno un aumento de los mecanismos de vigilancia y represión, una creciente cobertura represiva a la paz social, que ya estamos presenciando en nuestro país, y el aumento del nacionalismo.

Todo este clima es, además, el caldo de cultivo idóneo para el crecimiento de fuerzas ultra reaccionarias y fascistas que comienzan a articularse a nivel internacional. El fetichismo estatal, el nacionalismo económico, el chovinismo más recalcitrante, la agudización represiva y anticomunista son algunos elementos ideológicos que conectan los intereses de un sector del capital, de los “perdedores de la globalización”, con la radicalización de determinadas capas medias a nivel social. Se va conformando así el programa de máximos de la burguesía ante un momento de crisis.

Girar los cañones: construir la oposición obrera

Este es el contexto en el que se celebra un nuevo Primero de Mayo, un nuevo Día Internacional de la Clase Obrera. Momento idóneo para realizar un ajuste de cuentas, para evaluar el panorama actual de la lucha de clases y pasar revista a nuestras filas. Lo cierto es que la correlación de fuerzas es actualmente enormemente negativa para la clase obrera, tanto en el plano nacional como internacional, pero lejos de caer en el desaliento, el Primero de Mayo debe ser una fecha para comprometerse, para mancharse, para tomar partido, para cambiar la situación.

Si los capitalistas han hecho bandera de las consignas del rearme, la flexibilidad laboral y la austeridad; el movimiento obrero necesita responder con la misma claridad a la hora de definir su programa propio, independiente, articulado en torno a tres ejes fundamentales: contra la guerra imperialista, contra la carestía de la vida y la flexibilización laboral y por la unidad de toda la clase obrera frente al capitalismo y la reacción.

En torno a estos tres ejes se puede y se debe articular una oposición obrera a la ofensiva capitalista, recomponer política e ideológicamente nuestras fuerzas comenzando por la organización en los lugares de trabajo y siguiendo por su coordinación con la organización en los barrios, pueblos y centros de estudio.

Una oposición obrera que tenga claro que solo nuestras propias fuerzas organizadas pueden cambiar radicalmente la situación, pueden hacer saltar por los aires la normalidad capitalista que nos dirige directamente a las puertas de nuevos y mayores conflictos bélicos.

Una oposición obrera que levante de nuevo la bandera del internacionalismo proletario: que responda a la maquinaria propagandística chovinista que no hay comunidad de intereses en la nación, que la única comunidad de intereses es la que conforma el proletariado mundial.

Una oposición obrera que sea capaz de demostrar con hechos su creciente fuerza, que rompa radicalmente con las prácticas y los discursos de la concertación y la paz social y sea capaz de responder con combatividad, con victorias prácticas, a sus planes de guerra y explotación.

Una oposición obrera altamente organizada, capaz de desarrollar su lucha sea cuales sean las condiciones, de responder con disciplina y determinación al aumento de la represión y al auge reaccionario.

Una oposición obrera que “gire los cañones”, que haga suyas las palabras de Karl Liebknecht, quien tuvo la valentía de oponerse a los créditos de guerra y declarar: “¡El enemigo principal está en casa!”. Porque efectivamente el enemigo principal de la clase obrera en cada país es su propia burguesía.

Hay mucho trabajo por hacer para construir esta oposición obrera, pero cada toma de posición es un brazo que se entrelaza, es un pequeño pero decisivo avance, y así, paso a paso, hombro con hombro y clase contra clase, la bandera roja del comunismo volverá a ondear como símbolo de esperanza y revolución, como única respuesta posible a la barbarie del imperialismo.