El año pasado, la clase obrera celebraba el Primero de Mayo en medio de tambores de guerra. Desde entonces, la agresividad de las grandes potencias monopolistas ha ido en ascenso y este año, efectivamente, algunos y algunas hermanas de clase están inmersas ya en la cotidianidad salvaje de la guerra imperialista. Desde octubre de 2023, la clase obrera y el pueblo palestino sufren el genocidio abierto de Israel, ojo del huracán de una escalada regional de tensiones que tiene lugar en el Mediterráneo Oriental y en el Mar Rojo y sus alrededores.
Este es uno de los escenarios que nos hace temer que la guerra, aunque todavía no es un fenómeno generalizado en el mundo, puede serlo de manera cada vez más inminente. Los conflictos se arremolinan y aumenta la tensión en el Sudeste Asiático, algunos países de América Latina, Oriente Próximo y en torno a la guerra de Rusia y Ucrania, implicándose de manera cada vez más directa los países europeos. Aunque a la burguesía representada en los aparatos de poder estatal españoles le queden todavía lejos los intereses por implicarse activamente en una guerra generalizada, está activamente implicada en los acontecimientos internacionales; y lo está como una de las principales potencias imperialistas.
Este año, de hecho, el Gobierno español ha renovado y reforzado sus compromisos con la OTAN. Ante el 75 aniversario de la fundación de esta organización, el PCTE convocó en abril concentraciones en las principales ciudades del país para denunciar la escalada militarista y belicista que está protagonizando. Como brazo armado de un sector de los capitalistas del mundo, es una de las protagonistas de la multiplicación del riesgo de conflictos armados por el control de los recursos estratégicos, los mercados y las rutas de transporte de mercancías y nos encamina a la confrontación contra los representantes de otros sectores de capitalistas.
En la misma línea, la Unión Europea aprobó en 2021 el lanzamiento de los Fondos Europeos de Defensa, que han tenido un particular impacto en la industria española. España está presente en 7 de cada 10 proyectos lanzados por el FED y empresas como Navantia, GMV Aerospace and Defence e INDRA son parte del ranking de las mejor subvencionadas, junto a las empresas alemanas y francesas.
La industria de guerra no es un sector aislado del resto de dinámicas e intereses de los capitalistas españoles, sino parte inseparable de las herramientas que la burguesía y sus representantes tienen para defender sus intereses. Como señaló Lenin analizando el capitalismo contemporáneo, la guerra imperialista es la continuación de la política imperialista. Las tensiones y los periodos de guerra son parte indisoluble del capitalismo contemporáneo, y es por ello que, también en tiempos de paz, las potencias imperialistas van tomando las medidas necesarias para la defensa de sus intereses en eventuales confrontaciones abiertas.
Junto a estos movimientos en la industria, que suponen un aumento de la militarización de la economía, están comenzando a difundirse en algunos lugares los discursos pro bélicos, intentando convencer a la clase obrera española que la guerra es una oportunidad para “generar empleo”, para el desarrollo industrial, etc. En esta fecha, que es patrimonio de la clase obrera y ha de ser palestra para sus luchas, el PCTE recuerda que los trabajadores y trabajadoras volveremos a ser carne de cañón si no actuamos contra la guerra imperialista y todos los actores que están dispuestos a utilizarla para garantizar sus intereses. También vuelve a condenar abiertamente a la OTAN y a la UE como organismos del imperialismo directamente implicados e interesados en los presentes y futuros conflictos bélicos imperialistas.
En el escenario político de España, la misma crisis capitalista que agrava los conflictos internacionales se expresa en unas estadísticas de explotación cada vez mayor. Cada una de las cifras sobre el empleo que el Gobierno utiliza para darse golpes en el pecho tiene una contrapartida que explica cómo la economía capitalista española solo se ha recuperado y ha transformado algunas de sus características a nuestra costa. Por ejemplo, la celebrada caída de la tasa de temporalidad «hasta niveles europeos» se ha dado, entre otras cosas, gracias a que se ha garantizado un modelo de empleo mucho más flexible e inestable, incluso en modalidades contractuales «fijas». Por ejemplo, gran parte de los nuevos empleos son a tiempo parcial, fijos discontinuos, o demasiado precarios e inestables como para ser el sustento de un trabajador o trabajadora durante mucho tiempo. La duración media de los contratos firmados en 2023 se situó en el mínimo histórico en las últimas décadas: 46 días, que son siete días menos que en el año de la pandemia y dos días menos que en 2022.
Estas son algunas de las características del modelo de trabajo «del siglo XXI» impulsado por la Unión Europea, de cuya implantación en España está siendo orgullosa embajadora la socialdemocracia. Sus actores políticos (PSOE, SUMAR, PODEMOS) actualmente han agotado ya su capacidad de proponer proyecto o atractivo alguno separado del representado por el PSOE, o incluso se encuentran prácticamente integrados en este. Pero, además, cuentan con nula capacidad para proponer medidas que sobrepasen los márgenes de posibilidad del capitalismo, lo que se refleja, por ejemplo, en el debate de la reducción de la jornada laboral. Esta medida en ningún momento se plantea como una necesidad social a la cual se vaya a supeditar la economía, sino al revés: se plantea como medida para incrementar la productividad y la generación de beneficios capitalistas. Por tanto, nada será tan bonito como podríamos pensar: lo que en los medios se está tratando como el debate sobre la reducción de jornada es, en realidad, parte de un proyecto para modificar la jornada laboral y probablemente, en un futuro próximo, desregularla y flexibilizarla.
Junto a esta mayor explotación, la clase obrera se encuentra con una inflación que no se ha detenido, una capacidad adquisitiva mermada, lo cual no supone sino una devaluación del precio de la mano de obra, y es una de las realidades que puede manifestar la crisis capitalista.
A pesar de la suma de todos estos ataques a nuestros intereses, la devaluación salarial, el peligro de guerra, etc., no se está generando una respuesta social amplia, sino que se está enquistando un clima de apatía política y rabia contenida, estéril para articular una defensa de nuestra clase.
Este año hemos visto huelgas y protestas locales y sectoriales, dignas luchas por el salario y contra la violencia patronal en diferentes sectores y empresas, pero aislados y fuera de la línea de acción sindical de los principales sindicatos. Las cúpulas sindicales, por desgracia, han continuado tras las últimas elecciones desarrollando una línea de confianza en el Gobierno y contención de la movilización, cuando precisamente hay que comenzar a caminar en el camino contrario: utilizando esos conflictos, esos ejemplos, para acumular experiencias organizativas y de lucha y comenzar a poner a nuestra clase, de una vez por todas y tras años de contención, a la ofensiva.
A partir de aquí, podremos generar una organización independiente y de clase que permita resistir a las actuales amenazas, pero que, al mismo tiempo, sirva como medio para recuperar el poder y fomentar la esperanza en un futuro distinto. El Partido Comunista de los Trabajadores de España propone un programa político para la clase obrera que se base en esta premisa. Es necesario romper con las estrategias pactistas y reformistas, así como con aquellos que buscan mantenernos sumisos mientras nuestra vida se vuelve cada vez más asfixiante. En este Primero de Mayo, comencemos a caminar hacia la unión, la organización entre compañeros y compañeros de trabajo, entre vecinos, vecinas; utilizando todas las herramientas disponibles y sin renunciar a ningún frente: juntos, hombro con hombro, en la lucha de clase contra clase.
¡Viva la lucha de la clase obrera!
¡Viva el Primero de Mayo!