Skip to main content

La vivienda como mercancía, como una cara más de nuestra incompatibilidad con el capital, será finiquitada bajo la misma estocada. Desde nuestros sueños de militante nos dedicamos a bajarlos a la tierra poco a poco para realizar un trabajo multifacético: poner cuerpo en un desahucio, promover una negociación puntualmente simétrica propietario-inquilinos; organizarnos local, regional y estatalmente… Desde nuestros sueños de militante hay uno que quisiéramos acercar hoy más que nunca: ni casas sin gente, ni gente sin casas. Y para asegurar esto, necesitamos comprender que, dentro del sistema capitalista que tantas contradicciones acarrea consigo, no es posible solucionar definitivamente el problema de la vivienda.

Este 5 de abril, miles de personas en toda España salieron a la calle en defensa del derecho a una vivienda digna. En Zaragoza, una multitudinaria manifestación recorrió el centro de la ciudad exigiendo, entre otras cosas, la limitación real del precio del alquiler y la creación de un parque de vivienda público.

Y es que la vivienda se ha convertido en la primera preocupación de los españoles según la última encuesta del INE. No es de extrañar teniendo en cuenta que el alquiler medio subió un 11% en 2024 y que, a pesar de la propaganda gubernamental sobre su “prohibición”, se ejecuten una media de 70 desahucios diarios, la mayoría por impagos de alquiler. Este elevadísimo número de desahucios choca frontalmente con los más de 3 millones de viviendas vacías que hay en España, la mayoría propiedad de bancos y fondos de inversión, de las cuales unas 130.000 se sitúan en Aragón.

La problemática de la vivienda es una consecuencia más de la contradicción capitalista, su relación con los salarios y la pérdida de poder adquisitivo de nuestra clase y, por ello, es necesario vincular la lucha por este derecho con la superación de un sistema que todo lo mercantiliza. Seamos claros: el precio de la vivienda, así como el alza de los alquileres, no es cuestión de la buena o mala voluntad de propietarios y arrendadores, sino que está determinado por la forma de mercancía que adquiere la vivienda en el capitalismo y sujeto por lo tanto a los ritmos y necesidades de la producción. Las medidas impulsadas por los gobiernos capitalistas, incluso aquellos más “progresistas” que aparentemente buscan gestionar el problema en un sentido favorable a la mayoría trabajadora, son incapaces de resolver el problema.

De lo que sí han sido capaces unos y otros gobiernos hasta ahora (mentiras y promesas mediante) es de asegurar el interés capitalista y mantener la paz social, aunque movilizaciones como las acontecidas amenacen con resquebrajarlo.

El clima está crispado y las fuerzas políticas burguesas no dejan pasar la oportunidad de llamar la atención. Estos días no es raro escuchar a ciertos sectores reclamar una Empresa Pública de Vivienda, que servirá para absorber parte de las viviendas adquiridas por el Estado para salvar las cuentas de la banca tras la crisis de 2008. Abundan también los planteamientos de colaboración “público-privada” (mecanismos de garantía de los alquileres a los propietarios, ayudas a la reforma de pisos o rebajas de IRPF, etc.) que no sirven más que para promover los intereses de los bancos, inmobiliarias y propietarios.

No son una solución real; no es lo que exigimos quienes planteamos limitaciones palpables contra sus ganancias.

Incluso para quienes invocan la Constitución o la Carta de los Derechos Humanos, cabe preguntarse: ¿son acaso los derechos básicos/fundamentales reales en el capitalismo? No, no lo son. Lo único que el capitalismo tiene por inviolable, lo único que nunca vemos cuestionado es la propiedad privada de los medios de producción y la explotación. Por eso, es tarea de los comunistas hablar con la verdad, y la verdad pasa por señalar que el problema de la vivienda viene del carácter de propiedad privada y que la solución pasa necesariamente por la expropiación, sin ningún tipo de compensación. Pasa por poner, esta vez sí, los derechos de nuestra clase (y de toda la humanidad) por delante de su beneficio económico.

Pero todavía existe un recelo en el movimiento por la vivienda a nombrar esta medida tabú. A pedir lo imposible – o así lo llaman quienes son incapaces de cuestionarse nada más allá de las lógicas capitalistas. Ya es hora de situar la consigna en las gargantas de todo un pueblo:

¡Expropiación sin indemnización de las viviendas en propiedad de bancos y fondos de inversión! 

“¿Guiris go home?” “¿Limitación o expropiación de vivienda turística?” Pobres límites grises autoimpuestos desde nuestra ceguera diaria y bajo el discurso del capital. Es el hecho de que la vivienda sea una mercancía la fuente de los problemas. Y sí, podría parecer apresurado hablar de la abolición de la propiedad privada de la vivienda, pero su premura no le quita verdad ni debería desterrar ese sueño, ese ideal, de nuestra hoja de ruta. Así su primer paso –¡primero!– tampoco debe ser censurado: la expropiación. Solo con esta palabra  estará completa cualquier tabla reivindicativa que aspire a la superación del estado actual de las cosas.

No se trata de subvencionar los alquileres, sino de topar sus precios de forma efectiva en detrimento de los beneficios de los arrendatarios. No se trata de compensar a los propietarios por no ejecutar los desahucios de las personas más vulnerables, sino de prohibir todo tipo de desahucio a familias trabajadoras y cualquier corte de suministros básicos. No se trata de crear un parque público de vivienda a golpe de talón millonario a la banca, sino de expropiar todas las viviendas en propiedad de bancos y fondos de inversión, sin indemnización alguna.

Es hora de fortalecer la lucha colectiva contra la violencia de nuestros explotadores, rentistas, y los gobiernos que les amparan. De vincular la lucha por la vivienda con la lucha por los salarios como una sola lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista. No se trata sólo de la especulación con la vivienda, sino también de que nuestro trabajo cada vez se paga peor y el precio de la vida no deja de aumentar.

Por ello, cuánto más duro nos golpee el capitalismo, cuanto más sangrantes sean sus contradicciones, más necesario será construir una sociedad en la que los frutos de nuestro trabajo permitan satisfacer de forma plena las necesidades de la mayoría trabajadora, incluido el derecho a disfrutar de una vivienda digna.