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El 8 de marzo no es una conmemoración desligada de su historia de lucha. Para las mujeres trabajadoras, debe ser una jornada de reivindicación, de acción consciente y, necesariamente, de alinearnos frente a un sistema que perpetúa su explotación y opresión. El capitalismo nos condena a la precariedad, a la sobreexplotación y a las peores condiciones laborales posibles para extraer, cada vez más, una mayor rentabilidad de nuestro trabajo. Mientras tanto, nuestras condiciones de vida empeoran día tras día y los gobiernos y los medios no pierden el tiempo en desviar el foco de nuestra lucha con discursos vacíos, falsos dilemas y medidas superficiales.

Las mujeres trabajadoras somos utilizadas por el mecanismo del capital de forma tal que se nos emplea en sectores con altas tasas de rotación y precariedad, en los que todo el aparato laboral de flexibilidad y temporalidad nos convierte en un recurso fácilmente explotable y rápidamente sustituible. Así, en momentos de crisis económica, somos las primeras en sufrir despidos y recortes que nos relegan a la marginalidad laboral. Los sectores más feminizados se caracterizan por una precariedad extrema, con jornadas imposibles y condiciones que impiden la conciliación, todo esto, mientras seguimos asumiendo las tareas reproductivas que sostienen la economía.

Por un lado, el discurso promovido por la socialdemocracia y el feminismo institucional pretende convencernos de que podemos alcanzar la igualdad dentro de este sistema, mientras se niega la raíz estructural de nuestra opresión. En la otra cara de la moneda, la reacción duda en promover recortes de derechos o en enfrentarnos unas a otras por nuestra procedencia o nuestra situación socioeconómica. Se promueven entre las más jóvenes innumerables formas de mercantilización del cuerpo a la par que se fortalece el relato de individualización de la violencia. Eso sí, todos los jugadores están de acuerdo en alimentar la idea de un empoderamiento basado en ascender dentro de las estructuras de explotación como una salida, ocultando así la verdadera necesidad de las mujeres obreras, la de la organización y la lucha de clases para nuestra emancipación real. La imperatividad de levantarnos como dirigentes de nuestra propia liberación.

En el Partido Comunista de los Trabajadores de España afirmamos rotundamente que no hay posible liberación de la mujer sin la destrucción del sistema que la oprime. No hay reformas ni discursos que puedan sustituir la potencialidad de una organización fuerte y combativa en los centros de trabajo, en los barrios y en cada espacio de vida de las mujeres obreras. No aceptaremos la resignación ni las falsas soluciones. Asumimos la tarea histórica de recoger el testigo de aquellas que nos precedieron, de aprender de esas mujeres que se plantaron antes que nosotras y nos señalan con sus victorias y enseñanzas el camino para construir un arma capaz de golpear allí donde más duele. Una organización capaz de desafiar las estructuras de poder que se alimentan de nuestra miseria y de poner fin a la explotación de clase y con ella, la de género.

Llamamos a todas las mujeres trabajadoras a organizarse, a no ceder ante los cantos de sirena, pero tampoco ante la impotencia y la inacción. La victoria de la mujer obrera será la victoria de toda la clase trabajadora, pues somos protagonistas de la revolución. Compañeras, avancemos con fuerza hacia un futuro sin cadenas, hacia una sociedad libre de explotación y opresión.

¡Nuestra arma: la organización!